Hay un fenómeno astronómico que se da dos veces al año con una separación de seis meses: el equinoccio, y significa que ese día en particular, el día y la noche tienen la misma duración. Estos dos momentos del año son el 21 de marzo y el 21 de septiembre. En el hemisferio norte el 21 de marzo es el equinoccio de primavera y el 21 de septiembre el de otoño, mientras que en el hemisferio sur es a la inversa. Este es el único día en que el Sol sale exactamente por el este y se pone exactamente por el oeste en ambos hemisferios. Esto sucede porque la inclinación del eje terrestre va cambiando en relación con el Sol a lo largo de su traslación (un año, lo que le lleva a la Tierra completar una vuelta alrededor del Sol). Cuando el ángulo de su eje es perpendicular a los rayos del Sol, éstos impactan con un ángulo de 90º con respecto al ecuador, y están a la misma distancia de los polos. Este momento es el equinoccio. La tierra sigue su camino hacia el verano, después del equinoccio de primavera; y hacia el invierno, después del equinoccio de otoño.
Si miramos la naturaleza, el equinoccio es un momento de máxima potencia y cambio. En el otoño se realiza tradicionalmente la cosecha más grande. Los antiguos chinos, así como muchas otras civilizaciones de la antigüedad, celebraban la Luna Llena del equinoccio de otoño, más brillante que las otras y que les permitía trabajar toda la noche. Después de ese momento, mientras su hemisferio se aleja del Sol, la naturaleza se va aletargando en el sueño invernal.
En cambio, cuando se acerca la primavera, vemos los árboles pelados del invierno. En ese
instante único, en las ramas que parecían muertas, empiezan a brotar y explotar los botones verdes fosforescentes. En la representación del taichi (la polaridad fundamental yin-yang, o negativo-positiva en equilibrio constante) los equinoccios
están representados por los pequeños puntos interiores, llamados "verdadero yin" y "verdadero yang".
Equinoccio
de otoño y equinoccio de primavera, un punto único de inflexión entre la vida
y la muerte. Pareciera que aquello que murió en un hemisferio brotara
resucitando del otro lado del planeta, el momento en que "verdadero yin" y "verdadero yang" intercambian sus esencias generando un tercero, algo nuevo.
Este año, el
equinoccio de primavera cae 22 de septiembre y se da una hermosa coincidencia,
que también hay luna llena.
Como dice el monje zen Thich Nhat Hanh (en este video) “La vida no puede morir. Puede cambiar, puede convertirse en una cosa o en
otra. Un ser no puede no ser.” El hexagrama
nº 23 del I Ching, Po “La desintegración” describe el momento en que se produce
la muerte y la descomposición, es la destrucción, el aniquilamiento que llevan
a cabo las fuerzas sombrías yin cuando llegan a su punto máximo. Pero el hexagrama que le sigue como una
evolución natural es el nº 24, Fu “El retorno”, que muestra el regreso de la
energía yang que entra y crece desde abajo, como la semilla del fruto que ya se
pudrió, demostrando que la fuerza yang, luminosa, expansiva, vital es
invencible.
Este
momento tan poderoso del equinoccio de primavera también fue celebrado por los
mayas, maestros de la astronomía. Construyeron pirámides de piedra que al
entrar en relación con la dinámica luz del Sol, iban señalando los distintos
momentos del año, entre otras cosas. En la pirámide de Kukulkán o Castillo de Chichén Itzá, en el equinoccio de primavera y durante
diez minutos, se ilumina el cuerpo de la serpiente Kukulkan que representa la
fuerza del Sol descendiendo a la Tierra. (Aquí un video sobre el tema).
Eso que
pasa arriba, afuera, pasa abajo, adentro. En el medio de esa corriente de
cambio, atravesada por esa diagonal que se forma entre los dos equinoccios, por
las vueltas de la tierra, por la fuerza del Sol, en el medio de ese instante
sagrado, quizás algo se muere adentro mío y confío en que la fuerza yang del
cielo va a volver a saltar desde mis pies, desde la base de mi columna, de
colores y maneras nuevas.